Liborio Justo: El eterno opositor



Hijo de un ex presidente de la republica, Liborio Justo siempre se declaro contra la sociedad burguesa. Sin embargo, tuvo aficiones exquisitas, la caza de ballenas, el gusto por los libros. A Horacio Quiroga, pese a que lo admiraba, lo encontró insoportable durante los cuatro días que estuvo en su casa. El marxismo – Leninismo ve la solución de todos los males. Viajó mucho y se arrimo al peligro por obra de su espíritu insatisfecho. El padre ni creía en el en un principio. Luego lo respeto. Entre sus teorías figura la de nuestro continente debería denominarse Andesia.

A los dos años de su matrimonio el general  Agustín P. Justo, futuro presidente de los argentinos, tenía su primer hijo, Liborio Agustín. Eso ocurrió en el barrio de Palermo, el 6 de Febrero de 1902. En la casa también vivían una bisabuela y una abuela materna del recién nacido. Poco tiempo después se trasladan a Bella Vista, con el propósito de a aproximarse a campo de mayo, lugar donde cumplía sus funciones el jefe de la familia. Desde un principio, pues, Liborio sintió los efectos de la absorbente carrera militar de su padre. Extraña, difícil relación la de estos dos seres.


Padre e hijo
 

En 1919 cuando el General Agustín P. Justo era director de l colegio militar, su primogénito, a la sazón de 17 años, era estudiante de militaba en el movimiento de la reforma. De 1922 a 1928, siendo el general Justo ministro de guerra. Liborio Justo viaja al Paraguay, abandona sus estudios, es peón de obraje y comienza a interiorizarse de ideas y procedimientos revolucionarios que luego madurarían en libros, actitudes y militancia política. Paralelamente aprovecha la situación de privilegio de su padre para realizar diversos viajes con apoyo oficial. Como integrante de la delegación argentina viaja al Perú para los festejos del centenario de la batalla de Ayacucho en 1924 “Pasamos en Lima cerca de diez días en medio de una orgía de fiestas asiáticas, en las que el gobierno de Augusto Leguia gastó catorce millones de soles a costa de la miseria impresionante del pueblo de Perú. Habían llegado importantes delegaciones de todo el mundo y se había invitado a muchas personalidades. Tuve oportunidad de conocer al general Pershing, al poeta Santos Chocano, asistir a corridas de toros miuras con el famoso Belmonte, escuchar el discurso de Leopoldo Lugones, en el que anuncio que había llegado la hora de la espada”.

Quien ahora es morador tranquilo de su casa, rodeado de libros, mapas, fue otrora infatigable viajero.

Seguramente las lecturas tuvieron algo que ver en ese plan de rutas que lo llevo, sucesivamente, de los mares del sur a Misiones, luego al Paraguay y posteriormente a Europa y los Estados Unidos.

De regreso de uno de esos viajes, encuentra a su padre en los preparativos de la campaña política que lo llevaría a la primera magistratura.

Hubiera deseado alejarme nuevamente del país, pero a la vez sentía la necesidad de seguir los acontecimientos que se estaban desarrollando. El nombre de mi padre cada vez tomaba más cuerpo para la candidatura a la presidencia de la republica, como representante de las fuerzas conservadoras, con el fin de sustituir al gobierno surgido el 6 de Septiembre. Por todas partes, en las calles, me perseguían los carteles que lo acuciaban, mientras detrás mío iba la curiosidad pública. Para huir de esta insoportable tensión comencé a hacer otra vez vida retirada y a frecuentar, como antes, los barrios del puerto. Allí recuperaba mi personalidad. También iba al centro y me unía a alguna de las tantas manifestaciones que entonces se formaban contra Uriburu. Mezclado con grupos de estudiantes, recorría algunas veces la calle Florida y gritaba “Abajo la dictadura”.

Liborio Justo habla pausado. Ciertos recuerdos, sin embargo, parecen excitarlo. Hay situaciones del pasado que todavía parecen desprender sombras, agitar fantasmas.

El problema se me presentaba muy angustioso. Tenía ya 29 años y había pasado una vida de preparación, estudios y viajes que me capacitaban para iniciar una acción de acuerdo con mis ideas y la de mi generación. Y en el preciso instante en que creía llegado el momento de ponerme a la obra y gritar públicamente mis ideales, un serio obstáculo, la candidatura de mi padre, se interponía en mi camino.

Nuestro hombre, como una manera de escapar al encierro de sus dudas, se ofrece para ir a trabajar de obrero a la URSS sin recibir respuesta.

Mi sueño de entonces era que se pudiera llevar a cabo de alguna manera un plan de grandeza del quinquenal soviético.

 
Viaje con renos y ballenas
 

En 1932, año en que su padre asumiría la primera presidencia del país, Liborio Justo emprende viaje a las islas Orcadas y a los mares antárticos. Partió en un ballenero del tamaño de un remolcador de puerto. A la hora de salir, la tripulación de ocho marineros se había embriagado la noche anterior en tal forma, que solo dos estuvieron en condiciones de hacer levantar la presión de las calderas.

Fuera de la camareta, que era una estrecha pocilga con doce camas superpuestas, sin ventilación y apestando a humo de pipa, no había a bordo otro sitio que el pequeño cuarto de navegación, en el puente, donde estábamos todo el día, ya que la cubierta era constantemente barrida por la olas. Nuestra mayor preocupación eran los cajones de nafta que llevábamos sueltos sobre la cubierta, junto al calor de las calderas. Al fin aparecieron los primeros témpanos. Aquello me impresiono, pero mis preocupaciones eran otras. Había comenzado a interesarme por otro aspecto del paisaje terrestre: el hombre. Sin embargo realice dos experiencias apasionantes: una excursión de pesca de ballena, y una cacería de renos en medio de montañas nevadas y el ruido permanente de los derrumbes de los ventisqueros.


Primer libro y encuentro con Horacio Quiroga
 

De regreso a Buenos Aires retorno a los claustros de medicina.

       Estaba muy contento de ser estudiante porque siempre me he sentido solo eso y seguiré considerándome mientras viva. Por esa época encuentro en el materialismo dialéctico la solución de todos los enigmas, la guía para internarme en cualquier campo, incluso en aquellos que parecen más desvinculados de su esfera. Fue cuando comprendí que la relación de la unidad de la América del sur habría únicamente de lograrse sobre la base de la unidad del proletariado y su llegada al poder. Comprendí, también, toda la superficialidad del movimiento de la reforma universitaria que, en lugar de destruir el régimen caduco en que vivíamos para reemplazarlo por otro mejor, solo aspiraba a embellecerlo.

¿Toda la verdad entonces venia de Rusia?

No, nada de eso –nos contesta con gesto enérgico- . El creciente nacionalismo de la unión soviética me irritaba, lo veías como una degeneración del verdadero proceso revolucionario.

¿Y la literatura?

Hace un gesto de desdén

La literatura es una cuestión secundaria.

Pero usted es autor de varios libros

Si, claro. Por ese tiempo precisamente, escribí un libro de cuentos para quitarme de encima para siempre mi preocupación por la Patagonia.

Es bueno que el cronista aclare que ese libro se publico con el nombre de “La tierra maldita” y origino en los Estados unidos la extraña leyenda de que el autor había estado persiguiendo monstruos prehistóricos por los valles cordilleranos de la Patagonia. Está integrado por varios relatos y cuentos, uno de los cuales “Las brumas del terror”, ha sido traducido y figura en diversas antologías.

¿Cómo se produjo su encuentro con Horacio Quiroga?

A Quiroga le había escrito en 1927, señalándome mi deseo de conocerlo. Para mi era un escritor admirable por su estilo, por los ámbitos que había sabido describir y revelar. En un artículo dejé puntualizada esa admiración. De ahí que encontrándome en Misiones, y ante una respuesta muy amable de él, decidí visitarlo en su refugio de San Ignacio. Permanecí con él sólo cuatro días. Lo encontré insoportable. Carecía de la personalidad que yo le había adjudicado. De regreso a Posadas, le mandé un telegrama en donde le decía: “espero que en otra oportunidad tendremos más suerte que la que hemos tenido, yo en mi admiración hacia usted y usted en actitud de merecerla”


Cuando un padre es presidente
 

A Liborio Justo le gusta dejar bien sentado que ha llegado al marxismo no por espíritu romántico, sino por una fría evolución ideológica.

Los comunistas estaban entusiasmados con mi acercamiento a sus filas. Para ellos yo era “el hijo de fulano”, el señorito que deja los salones para hacer obrerismo. Mi padre seguía al frente del gobierno del país, situación molesta para él y para mi, pero que ambos llegamos a considerar con resignación y filosofía. Él sabía muy bien de la seriedad de mis convicciones. Claro, no dejaba de estar perplejo. Algunas de  mis actitudes lo ofendían. Por ejemplo, que yo no tuviese su retrato en mi estudio. Él acaso hubiera querido hacer como el cacique chaqueño Garcete, que les sacaba un ojo a sus hijos para que fueran tuertos como él.

En este momento pensamos en la relación padre-hijo de La muerte de un viajante de Arthur Miller, y me doy cuenta de que la realidad supera a veces la ficción.

— Con el tiempo mi padre me llegó a tener una total admiración. Yo había empezado a ocuparme de política cuando él vivía predicando a los militares que no intervinieran en ella; había hecho viajes a Europa y los Estados Unidos, donde él no había estado nunca; hablaba idiomas que él desconocía. No dejaba de dolerle el hecho de que huyera de aparecer como hijo suyo, pero a la vez me miraba con curiosidad al ver que yo había heredado la personalidad de mi abuelo y no la suya. Se empeñaba en que lo acompañara a cuanto lado iba. En los momentos de su vida en que no estuvo muy ocupado con su tarea política o militar, como cuando dejó el Ministerio de Guerra y consideraba su carrera concluida, iba conmigo a los remates de libros a que yo concurría. De esta manera empezó a interesarse por un tema que a mí siempre me preocupó: la historia americana. Ese fue el origen de la gran biblioteca que luego formo. En 1931, al plantearse su candidatura presidencial, le dije que dejaría su casa porque no quería encontrarme mezclado en sus actividades políticas. Me contesto: “yo no te impido pensar lo que quieras, pero no te vayas”. En 1934, al regresar de los Estados Unidos en un barco de carga, se enteró por terceras personas de mi venida, decidiendo, entonces, enviarme un telegrama, al acercarse el barco al Río de la Plata. Me pedía que le informara del día y la hora de mi arribo, lo que hice, no sin dejar de lamentar que el capitán se enterara de mi verdadera identidad, lo cual lo impulsó, a pesar de mi oposición, a empavesar el mástil con banderitas.

—En una palabra, más allá de los inconvenientes o equívocos que le provocase el cargo de su padre, no podemos acusarlo de haber sido incomprensivo.

—Él sabía que tenía tanto derecho de pedirme que abandonara mi actividad, como yo lo hubiera tenido de pedirle a él que renunciara a su cargo. Lo cierto es que llegó el momento en que dejamos de vernos. Cuando me adherí a la huelga de los obreros de la construcción, su protesta me llegó directamente. No asó, en cambio, la de alguno de sus allegados. Primero fue el director general de los Ferrocarriles del Estado, que era muy amigo suyo. Luego el ministro de Guerra, que me conocía desde mi primera juventud. Querían que me callara, que dejara de actuar públicamente o que de lo contrario abandonara el país. El ejemplo de Roque Sáenz Peña, que ya me habían presentado otros, venía a cada rato a la conversación. “Señores, les contestaba yo, es cierto que Roque Sáenz Peña, cuando Luis Sáenz Peña fue electo presidente de la República, primero se alejó al campo, y luego permaneció en silencio, para no ser adversario de su padre. Pero yo no soy adversario del mío, sino del sistema que representa. Si él no estuviera donde está, habría otro en su lugar que haría lo mismo. De manera que aquí no es la persona la que interesa, como en el caso de Sáenz Peña, sino la organización de la sociedad. Déjenme, pues, y no se molesten ni me molesten. Bastante me he visto mortificado en mi vida por esta situación que he tenido que sobrellevar siempre como el mayor  obstáculo que se presentó en mi vida. Y no me molesten más”.


Niñez, adolescencia
 

— ¿Cómo fue su niñez?, ¿cómo era de niño?

— Era un niño pacífico, contemplativo, torpe, tímido, soñador, sin amigos, pero tampoco sin necesitarlos. Mi padre alguna vez dijo que “nunca pasaría de ser un empleadito”. Sin duda, carecía de la vivacidad de los otros chicos, no sabía silbar, ni jugar a la pelota, ni decir malas palabras. En realidad, me sentía cohibido y en inferioridad de condiciones. El colegio era un verdadero suplicio. La felicidad llegaba con las vacaciones, cuando podía quedarme a mis anchas en la quinta, lejos de la escuela y de la vigilancia paterna. Allí comencé  ese culto, esa pasión por la naturaleza que nunca me abandonaría.

— ¿Los años del Colegio Nacional?

— Fui un estudiante menos que mediocre. Indefectiblemente pertenecía al grupo de los últimos. Hubiese pasado inadvertido sino hubiese sido por  mis incipientes aficiones literarias y, en el último año, por la necesidad de hacer cosas extravagantes. Pero ya había comenzado mi otra vida secreta, la de lector.

¿Sentimientos religiosos?

— Nunca sentí necesidad de creer en nada. Todas las cuestiones que se referían a la religión me resultaban la más pueril  colección de leyendas. De cualquier forma, seguía la corriente en todas las ceremonias religiosas a que me obligaban a asistir en el colegio. No dejaban de maravillarme que mis compañeros creyesen en un montón de cosas que para mí siguen siendo inadmisibles.

— ¿Cuál fue el momento más feliz de esa etapa de su vida?

— Cuando dejé el colegio, me sentía como salido de una cárcel, aunque pronto comprendería que estaba encerrado en otra más amplia, más poderosa y de la que me sería mucho más difícil conseguir libertarme: la sociedad burguesa en que vivía.

— ¿Algunos ídolos o maestros a través de la lectura?

— Me sentí atraído, y aún hoy, por Miguel Ángel, por su pasión creadora, por la violencia de su espíritu, por su soledad.


Los Estados Unidos
 

— ¿Qué opina de los Estados Unidos?

— Mire, actualmente está en quiebra, en decadencia si prefiere. Pero no hay que olvidarse que necesitaron ciento setenta años para independizarse y menos aún para llegar a ser la nación más poderosa de la tierra. Ojalá América del Sur logre algún día la pujanza, la energía, los resultados del país del norte.

— ¿Nueva York?

— A lo largo de mis viajes he sido testigo en Nueva York de huelgas, de marchas de desocupados, de verdaderos mercados vagabundos. Actualmente el cuadro social es mucho peor. Antes de lo que muchos se imaginan habrá una conmoción en los Estados Unidos de la violencia tal como jamás se ha visto y que dejará atónito al mundo.

— ¿Será el fin del capitalismo?

— El capitalismo habrá de desaparecer finalmente de la tierra, donde significó una etapa necesaria y progresiva en la evolución humana. De él solo quedarán, como un recuerdo, los grandes rascacielos que irán desapareciendo cuando la sociedad los derrumbe por acrónicos.


Revolucionario pese al origen
 

A Liborio Justo le seduce trazar perspectivas para el futuro. Solo debido a nuestra insistencia es que habla de su pasado, de sus contradicciones íntimas. Prefiere hacer mención de datos, de trabajos actuales, de conclusiones objetivas. Tiene además temor de que tergiversen aspectos de su vida o que esos aspectos una vez conocidos lo dejen mal ubicado ante la juventud. Está contento de vivir en esta época por lo que tiene de fluctuante, de animada, pero admite que también habría deseado vivir en otra  en que la humanidad se hubiese liberado ya de sus limitaciones actuales: necesidad económica, superstición religiosa, injusticia, privilegio, opresión, actual organización familiar, clases, lenguas, banderas, patrias, razas. Ama y admira a los revolucionarios, tal cual se puede deducir de este reportaje. Se ve a sí mismo como un revolucionario, dando por descontado que su origen nada tiene que ver en el desarrollo de sus ideas. En ese sentido no deja de recordar y enfatizar que de las filas de las clases gobernantes han salido la inmensa mayoría de los dirigentes revolucionarios, en tanto que del seno de las propias clases oprimidas surgieron siempre sus grandes traidores y verdugos. El solitario que fue en su niñez se ha perpetuado en sus costumbres. Se levanta temprano. A los 6 generalmente suele estar levantado. Se entona con unos mates e inmediatamente inicia su larga, diaria caminata por los bosques de Palermo. El contacto con los árboles y pasto, aunque sean los menguados que permite la ciudad, lo reaniman y predisponen para la tarea intelectual. Actualmente está trabajando en varios libros a la vez, de historia y de sociología.

Sobre Perón prefiero no formular juicio, pero dice diversas cosas que por alusión dejan perfectamente en claro cuál es su actitud al respecto, como por ejemplo, cuando señala que la juventud peronista no tardará en desengañarse. En un momento aclara que Perón era admirador de Justo, mientras que él no. Hecha esta salvedad repite que la relación con su padre era de mutuo respeto. Si bien la vida de Liborio Justo está llena de peripecias y desenlaces poco comunes, nada revela tanto misterio y pasado contradictorio como la relación con su progenitor. A veces hace la defensa de él de la manera que lo podría hacer su más acérrimo admirador:

“Mi padre nunca había aspirado a la presidencia de la República. Culto como era, liberal, sencillo, dedicado por entero a su carrera, le hubiese bastado con ser titular del Ministerio de Guerra. Cuando el doctor Alvear lo designó para ese cargo, repetía constantemente: “He llegado, he llegado”

Tampoco deja de recordad que nunca faltó gente -Leopoldo Lugones, de una manera muy pertinaz- que trató de arrastrarlo a la aventura del cuartelazo, de convertirlo en “el salvador del país”. Puntualiza, a sí mismo, que, si bien el general Justo intervino en el golpe militar del general Uriburu, lo hizo “como para no quedarse atrás” y agrega: “en todo caso significó una tendencia antidictatorial”.


Lobodon Garra
 

En vez de ejercer la literatura de una manera sistemática y profesional, Liborio Justo ha preferido encarnarla en sus actos. El espectáculo de una sociedad nueva ha devorado todos sus afanes. Los términos revolución, cambio social, afloran en su conversación a la manera de un estribillo. Los trabajos literarios le han ocupado poco tiempo. Es autor sin embargo, de un libro de cuentos que, entre otros méritos, incorpora el paisaje de los mares australes a la literatura nacional. Especie de Jack London a la criolla, Lobodon Garra, seudónimo que usa para sus libros de literatura imaginativa, gusta mostrar, antes que caracteres psicológicos, situaciones diversas de la vida humana. Sus personajes a menudo se enfrentan con borrascas, vientos devoradores o simplemente con la soledad absoluta del medio ambiente.

Huelga decir que no participa de la farándula literaria. Eso no impide que esté enterado casi de un modo estadístico de lo que hacen los otros.

En 1969 acusó al escritor catamarqueño Luis Franco de haberle plagiado una serie de citas de su libro Pampas y lanzas (1962), en el que traza la defensa del indio. A tal efecto inició el correspondiente procedimiento ante la Sociedad Argentina de Escritores. En un principio se habló de la formación de un tribunal de honor. Por diversas circunstancias ello no fue posible, en vista de lo cual Liborio Justo resolvió renuncia a la SADE. Esta actitud fue tomada hace poco. En el texto de la renuncia aprovecha para hacer algunas consideraciones de carácter general: “la SADE no solo permanece al quehacer nacional sino que se mantiene dentro de un ambiente de futilidad e insignificancia, en el que ningún impulso vital en favor de la literatura argentina puede hallar cabida”. De acto seguido define a la entidad: “depósito de cadáveres que aún respira”. La SADE, en una nota breve, le aceptó la renuncia pero rechazó los términos.


Una familia tradicional
 

Mientras el escritor-ideólogo se marcha por un rato pasamos revista a las paredes del departamento. Una enorme cabeza de ciervo adorna uno de los rincones. Es de la época cuando nuestro entrevistado se fue a vivir (sin su familia) a las islas de Ibicuy, al sur de Entre Ríos. Allí estuvo 8 años realizando plantaciones forestales y viviendo del producto de la venta de madera. A Buenos Aires venía periódicamente a visitar a su mujer (Ana Dimentstein, voluntaria del hospital Fernández) y sus hijos. Al final se cansó porque, en definitiva, lo que en él persiste con más fuerza es la pasión del investigador necesitado de los elementos de estudio, que únicamente la ciudad puede proveer.

Insiste y recalca en que tiene que vivir muy apretado: “Me gustaría dar unas clases de historia argentina para ayudarme”. La casa, sin embargo, muestra confort, abundancia de libros (uno de los cuartos de baño esta fuera de uno no porque no funcionen las instalaciones, sino por estar atestado de libros). Hay fotos de los hijos, de los nietos: “uno de mis nietos nació en los Estados Unidos, el otro en Londres. ¿Se dan cuenta? Yo que soy tan argentino”.

Liborio Justo esta orgulloso de sus antecedentes familiares. Juzga que su labor de historiador  se ve facilitada porque es como si se tratara de hacer una historia de la familia. Pedro Padroza, español, tatarabuelo de Liborio Justo, lucho contra los invasores ingleses. James Harris, ingles, también tatarabuelo, integro la tripulación de la escuadra de Buenos Aires que, al mando de Guillermo Brown, emprendió lucha contra los españoles de Montevideo. James Harris, luego formaría parte de la plana mayor del navío La Argentina que, bajo la autoridad de Buchardo, diera la primera vuelta al mundo bajo un pabellón nacional.

En 1829, Agustín P. Justo, bisabuelo de Liborio, se estableció en Corrientes, vinculándose con una de las familias descendientes de los fundadores de la ciudad. Luego se instalo como estanciero en la provincia de Buenos Aires, figurando su nombre entre el núcleo de hacendados que organizaron la Sociedad Rural Argentina. Agustín P. Justo, abuelo de Liborio (hay tres Agustín P. consecutivos en la familia), fue, entre otras cosas, gobernador de Corrientes, y juez de crimen de los tribunales de Entre Ríos, dictaminando como tal en la causa seguida contra los asesinos de l general Urquiza. Liborio Bernal, abuelo materno, intervino contra las montoneras de Ángel Vicente Peñaloza, el famoso Chacho. Participo también en la guerra contra el Paraguay, siendo herido gravemente en la batalla de Tuyutí. Tomó parte de la campaña contra Ricardo López Jordán, en Entre Ríos, y estuvo presente en la guerra contra los indios araucanos en el Río Negro. Posteriormente fue gobernador de ese territorio, jefe del Estado Mayor del Ejercito, interventor federal en la provincia de Santa Fe, tocándole en suerte sofocar la revolución radical encabezada por Leandro N. Alem. En cuanto al padre, Agustín P. Justo, le correspondió la presidencia de la republica en el periodo 1932-1938


El historiador
 

Liborio Justo considera que recién a partir de los cincuenta años ha comenzado a escribir y meditar a fondo. Considera  — y esta opinión por cierto es muy común — que el conocimiento del pasado histórico es el único modo, o por lo menos uno de los caminos mas ciertos para comprender el proceso que actualmente aflige al país. Sus trabajos de historiador tienen pocos puntos de contacto con la corriente historiográfica oficial, que según nuestro autor. “   no es mas que una cortina de humo levantada ex profeso para ocultar los hechos tal cual fueron”. Pero su enfrentamiento también es como los revisionistas: “Los revisionistas  jamás podrán estudiar con serenidad la Revolución de Mayo porque Mayo es, por sobre todas las cosas, Mariano Moreno”.

Esto no impide que tenga afinidades de enfoque con José Maria Rosa, especialmente cuando éste señala que “la historia argentina que se ha enseñado hasta ahora no es la historia de nuestra nacionalidad, sino de nuestro coloniaje”. Justamente con Rosa, Liborio Justo juzga que solo tendremos historia nacional en las escuelas y universidades, cuando gobierne el pueblo y nos impulsen móviles nacionales.


Ideales, sueños, proyectos
 

Cuando le preguntamos sobre el próximo binomio presidencial, contesta que no quiere propiciar formulas burguesas. Seguidamente declara con cierto aire de arenga: “La única forma de resolver el problema argentina es establecer el régimen socialista a través de la toma del poder por el proletariado”.

— ¿Apoyándose en Trotsky? –preguntamos un tanto al azar

—No, amigo –contesta como si acabásemos de decir una barbaridad-, Trotsky se comprometió con el gobierno burgués de Cárdenas y liquidó la revolución con tal de permanecer en México. El único camino es la aplicación de los principios marxistas – leninistas.

— ¿No le parece más útil dejar los libros y tomar un arma?

—Tendría ganas de irme al Brasil a preparar la revolución; el inconveniente es que no sé el idioma.

— ¿Qué es lo que provoca su mayor interés?

— La acción política de la juventud.

— ¿Qué opina del “Che”?

— Fue un lírico. Es imposible hacer nada si no se cuenta con el apoyo del pueblo. La revolución no se hace con actos individuales.

— ¿Por qué no fue a pelear la causa de la revolución española en 1936?

— Porque desde un principio me di cuenta que estaba todo perdido.

— Sin embargo la lucha fue muy disputada.

— Yo estaba en antecedentes

— ¿De qué vive?

— Es como si le preguntara a Lenin de qué vivía.

— ¿Cree en los estallidos del corazón, en las determinaciones espontáneas?

— Creo en la reflexión, en los análisis.

— ¿Qué opina de la literatura argentina?

— Alegorías mentales.

— Un ideal

— Aspiro a crear un partido

— ¿Cree que llegará a ver el advenimiento total del socialismo?

— No, y usted tampoco, pero vendrá. No tenga ninguna duda

— Además de la revolución, ¿Qué otro cambio o transformación desearía en un orden general e inmediato?

— Que América latina se denomine Andesia. Sería lo más justo.

Llevamos varias horas de conversación. Nuestro hombre tiene que marcharse para concurrir a un acto de protesta que ha organizado un grupo de bolivianos frente a la embajada de su país. Aclara que él intervendrá exclusivamente como testigo.

— Y si va al Brasil, ¿también actuaría como testigo?

— Eso es distinto

En un estante observamos libros de Manuel Gálvez

— ¿Admirador de Gálvez?

— No, compré sus libros para rebatirlos.

Las últimas consideraciones versan sobre la canasta familiar, inflación, inestabilidad de la moneda.

— Estos tiempos se han puesto muy difíciles.


Publicado en Revista Así

 

 


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